The Last Miracle Aligners

The Last Miracle Aligners

Make sense of the maze that you were stuck outside

Recuerdo que hace ocho años las inquietudes no estaban muy lejos de las actuales. El 2008 se presumía como el año de los cambios, en los que los estudios parecían llegar temporalmente a su fin, que había que volar, sin saber muy bien a dónde, que la desidia no existía, la motivación estaba a la vuelta de la esquina de cualquier viernes (o jueves, o domingo), que el ansiado viaje de fin de curso se fue mucho más rápido de lo que esperamos por él. Que, en fin, disfrutábamos con lo que hacíamos y con cómo estábamos. En ese 2008 había un chico en la biblioteca al que miraba y me miraba, que un buen día decidió dejarme una nota a partir de la cual empezamos a compartir el tiempo, hablando de Audrey, de irse, de volver. De irse, finalmente. Al final, en el 2008, yo me corté el pelo y no volví a dejarlo crecer, quise terminar de estudiar y no terminé, quise empezar a trabajar y no lo dejé, y quise marchar y nunca me fui. Por aquel 2008 mis guiños con la música se limitaban a pasar noches en el Korova esperando a que el DJ pinchara lo que ahora llamo éxitos indies mainstream y de los que me intento alejar.

Al año siguiente me fui a vivir a Sheffield. Poco sabía de aquella ciudad, más allá de que Pulp y los Arctic Monkeys eran ya hijos predilectos (el primero más que los segundos), que se había rodado Full Monty, y cuatro detalles más. Volvamos a los Arctic Monkeys. Había un local entre mi casa y la universidad que era un estudio de música, y yo fantaseaba con encontrarme algún día a Alex Turner saliendo de él. Creo que ni siquiera le ponía cara, pero qué más daba. Ni rastro de él, obviamente. Al final, a mí no me gustaban tanto los Arctic, lo que me gustaba era que eran de donde yo fui, al menos temporalmente.

Pasado el tiempo, N me enseñó una vez una canción, Standing next to me. Flipé. No me sonaba a nada que estuviese sonando en ese momento, sino a algo anterior. Por eso me gustaba. Porque, como cualquier tiempo pasado, fue mejor. Les buscamos. Se hacían llamar The Last Shadow Puppets, eran dos chicos con aspecto beatleliano y aún con granos en la cara. Uno me resultó ser conocido. Efectivamente, uno de los dos era Alex Turner, el cantante de los Arctic Monkeys, pero los tiempos eran distintos. Yo ya no vivía en Sheffield, no lloraba por el sentido de pertenencia ni le rendía cuentas a nadie. Y aun así, me gustó. Pasamos meses cantando esa canción. N era Miles, yo era Turner (¿o era al revés?). Les cantábamos en casa, les cantábamos en el coche camino a Santiago, les cantábamos por la calle. Les cantábamos mal, pero daba igual. Aquel primer disco de los Puppets pasó a encabezar listas de éxitos, no solo de aquel 2008, sino de toda una época. De una época, en sentido general, y de la mía propia, en particular. Porque, como cualquier tiempo pasado, fue mejor.

Este mes, Turner y Kane han sacado nuevo disco, ocho años después. Ahora soy yo la que le pongo las canciones a N. Ni siquiera busco que le gusten, solo busco que no olvide aquella época que nos hizo mejores, o que nos hizo lo que somos. Ahora, en el 2016, los que no tienen que estar no terminan de irse, y los que tienen que estar no terminan de llegar. Yo, que tengo que irme, no termino de marchar. Las miradas ya no se cruzan en bibliotecas, sino en bares. Ahora no hablamos de Audrey. A veces, ni siquiera hablamos a la cara, compartimos gustos y canciones a distancia esperando que la música nos salve, sabiendo que no lo va a hacer, pero no acabamos de soltarnos. Me corto el pelo una y otra vez, y Alex y Miles también lo han hecho. Sin embargo, el hecho de que vuelvan va más allá de ellos. Significa que nunca nos fuimos. Ni ellos, ni nosotros, ni yo.

Porque, como cualquier tiempo pasado, siempre fue mejor.

@pgvillalibre

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