‘El secreto de las abejas’, muy poco insecto y mucho melodrama

El secreto de las abejas, muy poco insecto y mucho melodrama

por Amelia Deschamps

Difícil imaginar lo duro que puede llegar a ser forastera, madre y esposa abandonada por un marido infiel en la misma ciudad, y más aún en la Escocia de la postguerra en 1952. Y a pesar de la crudeza de la historia, la poesía la ponen las abejas y un crío desgarbado que sirve de nexo salvador de su madre en una sociedad cruel y aburrida que no perdona los errores de los demás, especialmente los que ponen en peligro su sistema de patriarcado. Ella no es la única que ha cometido la falta de quedarse sola, pronto aparecerá alguien que intenta hacer el bien, pero cuyo pasado nadie le perdona.

Difícil imaginar que ese padre que abandona a su familia no les haya calentado varias veces con el cinturón, como difícil es que la hermana “patriarca” de la familia acepte en su mesa a la amante, pese a detestar a su cuñada.

Difícil ser lesbiana en una sociedad estricta que observa el cumplimiento de todos los preceptos sociales, pero castiga por la vida privada de cada un@. Inimaginable que las clases sociales de la época se diluyan así entre las sábanas.

Por fortuna la humanidad está ligada a las abejas, y gracias a ellas el remolino de acontecimientos se calma cuando ellas danzan para atacar en defensa de la madre sometida.

El desarrollo de los acontecimientos es casi predecible, no hay demasiado que se deje a la imaginación del espectador, salvo un par de escenas al final.

Falta más protagonismo de las abejas, más relación con ellas, más insistencia para justificar el título, y sobre todo, falta un final feliz que justifique ese déjà-vu de la historia. El beso final, por muy público que sea, no basta. Y lo de las pintadas, por favor, ni que Muelle hubiera estado allí.