LA GENERACIÓN QUE MATÓ A LA POESÍA

Manuel Gris (autor de ‘A las doce de la noche del día de mi cumpleaños’) vuelve a darnos su opinión en este increíble artículo sobre el género de la poesía. Para Manuel postureo y sentimentalismo se convierten en una combinación mortal que, si no se tiene cuidado, puede acabar triunfando sobre los verdaderos poetas. ¡No os lo podéis perder!  

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Hay pocas cosas tan bellas como un poema susurrado al oído, con ese sabor a inmortalidad y con todas sus letras encajando a la perfección igual que un puzzle del que desconoces la imagen que va a mostrarte una vez lo acabes. La personalidad que transmite la poesía es algo que toda persona debería experimentar, que no debería desaparecer de la cultura popular ni prostituirse con modas o juegos absurdos que lo único que consiguen es ponerla en manos de mancos que hacen lo que pueden, agarrándola con fuerza con los pies pero, a la larga, se les acaba cayendo al suelo haciéndose añicos.

Y ese día, ese en el que todos los pedazos quedarán esparcidos por el suelo a la espera de empezar a cortar las plantas de los pies de aquellos supuestos amantes de este noble arte, ha llegado.

Hace poco realizamos una charla con la asociación de escritores a la que pertenezco, la PAE (Plataforma de Adictos a la Escritura) en la que el tema a debatir nos llevó a una frase algo seca, puede que ofensiva para muchos, pero a veces la única manera de hacer que la verdad llegue a los oídos de los que no la aceptan en envolverla de cuchillos y lanzársela sin compasión a la nuca. La frase (o al menos la idea inicial) fue: sí es cierto que todo el mundo puede escribir, pero para ser considerado escritor hay que saber hacerlo, hay que ser bueno, porque si no al final cualquier mierda que se escriba será aceptada, y eso no es bueno para nadie. Esta idea, que muchos de los presentes no aceptaron seguramente porque se vieron representados, no debe tomarse a la ligera y si abrazarla como la mejor de las críticas posibles, y ahí es cuando llega el problema, porque hay un gran porcentaje de la humanidad que no acepta sus limitaciones, sus puntos flacos, y tratan de ocultarlos con brillos cegadores y juegos de manos bien realizados que, en un principio, pueden engañarnos (nadie está libre de caer en una buena trampa), pero como todo en esta vida la verdad acaba saliendo a flote como la mierda en el váter.

Por eso os animo a ir a todos los recitales, slams, competiciones de poesía en vivo, espectáculos diversos a cual más extraño y, sobre todo, a tener conversaciones directas con poetas de esos que posan tanto en las redes sociales y alardean de premios impresos en locutorios con olor a orines, porque la mejor forma de conocer al enemigo de la cultura, de descubrir dónde está la calidad y en qué lugar es mejor no buscarla, es viviendo esas aglomeraciones temáticas y, casi siempre, ridículas que pueblan las tardes y las noches de ciudades que coinciden (¿sorpresa?) con ser aquellas en las que más “artistas” y “bohemios” viven en barrios viejos donde respiran la cara menos amable de la sociedad, sin dejan de repetir una y otra vez que hay que respetarles mientras usan Macs y Iphones.        

Estos “poetas” y “artistas” son los que creen que un poema tiene más fuerza, más personalidad, o según ellos “calidad”, dependiendo del tono con el que ellos lo reciten o los gritos y gestos calculados y extraños que hagan, porque hay algo que han descubierto y que no dicen por miedo: es más fácil ganar dinero por algo visual, como el teatro o la danza, que por algo que hay que leer. Y, claro, como saben con todas las de la ley que sus poemas, si los lee otra persona en la tranquilidad de su casa, no valen ni para ser quemados en un estercolero de pañales sucios, se dedican a hacer espectáculos y competiciones y recitales donde, como animales de circo, muestran sus mejores galas y sus lágrimas más calculadas para poder vender sus poemarios por precios tan elevados que, al cambio, seguramente te estén cobrando cincuenta céntimos por línea impresa. Pero los que van entusiasmados, aplaudiendo y dándoles de comer al ego de los que se suben a la tarima, puede que sean los más culpables de toda esta historia, porque como todo el mundo sabe (o debería) lo realmente horrible de este mundo, aquello que con su sola existencia ya es un insulto a la humanidad, solo puede existir si hay aplausos, votos, vítores y gustos realmente cuestionables que colocan a los farsantes delante de aquellos que poseen la personalidad y el talento real, los cuales son desplazados por temas tan absurdos como el carisma, la temática, o su negación a ser un simple mono de feria a merced de los que no tienen más vida que la vida de los demás.

¿Hay solución?, ¿puede existir la poesía sin espectáculos absurdos ni egos desmesurados? ¿Algún día ser poeta dejará de ser una medalla y sí un sentimiento real?

La respuestas más difíciles de dar son aquellas que preceden a preguntas, a priori, complicadas de leer debido a que más que preguntarte, de plantearte una cuestión, ponen de manifiesto la estupidez de una sociedad acomodada en el merchandising más vacío y los artistas que buscan aplausos y no transmitir un sentimiento real y que ha nacido de sus entrañas.

Sé que hay buenos poetas, y que están ahí detrás de todas esas sombras sin mensaje pero con palabras quilométricas que recitan día tras día como un loro apaleado que tiene la certeza de que no son más que basura con buena planta, por eso vuelvo a animaros a asistir a todo lo que podáis en vuestra ciudad, y hacedlo con los ojos abiertos y los oídos limpios para que, cuando llegue el momento, todas sus tonterías sin sentido entren bien en vuestra cabeza, y podáis guardarlas dentro de una carpeta a la que titularéis: Poemas que no valen nada, pero de la que hay que aprender. Así, solo quizá, volveremos a tenerle respeto a la poesía.