La Búsqueda de la Felicidad, la depresión de la perfecta esposa

La búsqueda de la felicidad: la depresión de la perfecta esposa

La búsqueda de la felicidad

La depresión de la perfecta esposa y el perfecto “jerk”

por Rosa Panadero

 “Y fueron felices y comieron perdices” es el final típico de los cuentos, simple y llanamente porque lo que viene después –la rutina, los hijos, el hogar, el “qué suerte tienes que te quedas en casa con ellos”– no tiene nada de apasionante, no hay nada extraordinario que narrar porque el automatismo no es noticia. A menudo la realidad matrimonial suele minar la autoestima y la salud mental de muchas mujeres, que automáticamente se ven desplazadas de su yo real, labrado con tesón y esfuerzo personal y profesional a lo largo de los años, hacia un rol de plato combinado de esposa – madre – ama de casa sin salario, en el que todas las atenciones hacia la familia están incluidas en el contrato y ninguna satisfacción figura en la letra pequeña.

Y cuando el deterioro de la relación queda embebido en un chalet de lujo, dos coches aparcados en la puerta y dos preciosos niños –el pequeño es inaguantable–, la vida en un complejo residencial de clase alta no compensa la caída libre de la hormona de la felicidad.  A duras penas hace de mujer florero. La protagonista entra en barrena y no es capaz de levantar el vuelo, y tampoco tira de antidepresivos ni de ayuda médica. Mucha gente no lo hace porque hay que aceptar que la vida es así de dura cuando los niños son pequeños y que a los treinta años no te vas a poner a estudiar para reciclarte. Gemma Artenton hace una excelente interpretación y transmite con la tristeza de sus ojos todo el proceso depresivo por el que su personaje va pasando. El modelo de codependencia que su personaje ha aceptado termina por dejarla muda, y cuando por fin verbaliza su infelicidad, se topa con un ególatra, un perfecto desconocido de lenguaje ofensivo que psicológicamente boicotea y falsea sus emociones, hasta que la situación termina por explotar. Decía el psiquiatra Rojas Marcos en su libro “Las semillas de la violencia” que los mayores abusos se producen en el entorno familiar, y el personaje del marido apunta maneras. Un perfecto “jerk”, que dirían los británicos.

Transfondo social

Micromachismos y amenazas maritales aparte, la vida perfecta que externamente todos envidian acorrala a Tara, hasta el punto de escapar para toparse con un alma caritativa que le hará reconsiderar otras opciones. Hasta un cierto punto la resignación final recordaba a los cursillos prematrimoniales de las parroquias, donde instaban a las futuras esposas a aguantar todo lo posible por el bien de la pareja, un bien que normalmente se identificaba con el bienestar del marido y, por supuesto, de la sociedad. Lejos de presentar una visión final de libertad y empoderar a la protagonista, el regreso final deja un poso amargo, una aceptación que solamente empodera a los que se benefician del sistema patriarcal. Una huida sin planificar no es un verdadero plan, pero quizá sirva de borrador para una segunda parte, cuando el momento definitivo llegue y los niños  sean más grandes.

Una última reflexión: es triste salir de la sala y escuchar a otros críticos maldiciendo a la protagonista por tener todo a lo que puedes aspirar en la vida y decidir que abandonas todo eso porque el marido es un gilipollas. Pero es que era eso, un gilipollas. ¿No os disteis cuenta? ¿O acaso es el modelo de vida al que aspiráis, con esposa trofeo incluida?