Érase una vez Hollywood: va Tarantino y nos cuenta cómo fue aquello de Sharon Tate, Polanski y Manson en 1969

Érase una vez Hollywood: y va Tarantino y nos cuenta cómo fue aquello de Sharon Tate, Polanski y Manson en 1969

por Rosa Panadero

Érase una vez. El comienzo entrañable de los cuentos es poco menos que sarcasmo viniendo de un director como Quentin Tarantino, que en su novena película Érase una vez Hollywood utiliza el asesinato de Sharon Tate el 9 de agosto de 1969 en Cielo Drive como fondo para narrar el fin de una etapa.

Q.T. nos regala una masacre con gracia al final, y sólo unos cuantos puñetazos en un par de ocasiones con Robert Redford frente a Bruce Lee, y con Paul Newman vestido casi siempre de vaquero.

Evidentemente la pareja de guapos no aparece pero Brad Pitt (Cliff Booth) y Leonardo DiCaprio (Jake Cahill) sí, impostando los gestos y tonos de los nombrados, aunque sin dar “El Golpe” en plan “Dos hombres y un destino”, ni Sundance en el horizonte ni mucho menos caballo al que susurrar.

Tarantino recrea en Érase una vez Hollywood el final de los estudios de Hollywood con ranchos y decorados abandonados, hace guiños a tantas películas y títulos como siempre, incluidos los spaghetti westerns italianos de Corbucci, que firmaron el fin de una era de vaqueros y hombres duros caricaturizados por Quentin aquí. La artística escena de Ofelia flotando en el agua es un digno toque shakesperiano.

El reparto es menú para todos los gustos, con Margot Robbie haciendo de guapa adorable (Sharon Tate), Al Pacino como agente de actores, Lena Dunham como seguidora de Manson, además de Kurt Russell, Dakota Fanning, Luke Perry, Emile Hirsch,… todos muy creíbles, a la espera de que ocurra el desagradable desenlace que ya se conoce antes de que empiece la peli.

No es un biopic

Pero no ocurrirá así porque no es un biopic. El argumento aleja el foco de la pobre Sharon para ponerlo en el vecino de abajo, aunque las fechas siempre mantienen el lazo con el asesinato que conocemos.

Es como ir a ver Apolo XI sabiendo que Buzz Aldrin dará un gran paso para la Humanidad allá en la Luna gracias a las Figuras Ocultas o que en Kursk   ya estemos preparados emocionalmente para el submarino que acabará en el fondo del mar con la tripulación dentro.

Las casi tres horas se pasan rápido midiendo cómo Pitt imita los gestos de Redford, un poco a la manera de Taron Egerton en plan Elton John —es complicado encarnar a alguien que todavía existe—, y viviendo en paralelo el ocaso prematuro de una estrella jubilada por la insaciable industria cinematográfica.

Hay una recreación en las estrechas chaquetas de cuero masculinas frente a la new wave hippie con sus corpiños de ganchillo, cuyas portadoras reivindican que la artesanía de la abuela es socialmente más ética que la producción industrial mientras están pegadas a la tele, dignas precursoras de las feministas de batucada.

Los sentimientos heridos del hippie macho del rebaño mayoritariamente femenino evidencian que, una y otra vez, siempre hay una generación blandita que anhela que un día la ternura cambie el mundo. Nada más lejos de la realidad. Una vez empoderados, la venganza es el primer ajuste de cuentas.