‘El Visitante’ de Stephen King

La segunda juventud del maestro del terror

por Manuel Gris

Leí en una reseña de este libro (sé que es muy cutre empezar mi propia opinión citando a otros, pero ya veréis como vale la pena)que hay pocos autores como Stephen King, capaces de que con solo leer que saca un nuevo libro mucha gente se lance a las librerías sin importar de qué va el libro. ¡Es un libro del maestro del terror, coño! Y, bueno, sí, acepto mi lado fan, ese que tiene tan idealizado (esta vez con razón) a un autor que te da igual de qué trate el libro/película/disco, porque sabes que no va a fallarte jamás, ni con su peor trabajo que, sin duda, no es este ni de lejos.

La nueva novela de King sigue la estela de la última saga que inició Mr. Mercedes con una trama más cercana a la novela negra que al terror que le hizo famoso años atrás y que, aunque duela, sigue siendo lo mejor que ha hecho nunca. Porque, ¡ojo!, este señor es un fuera de serie, alguien que me ha hecho pasar miedo como nadie, pero desde hace unos años ha decidido dejar de lado su lado más visceral, tenebroso y oscuro, para centrarse en tramas más elaboradas y sin esconderse en ningún género concreto, porque lo mismo te saca un libro de “amor” (22/11/63 era, en esencia, eso), que una segunda parte (Doctor Sueño es, en mi opinión, lo peor de su carrera pero, al mismo tiempo, hizo ilusión volver a ese universo), o lo que ha vuelto a hacer con El Visitante: una novela negra con tintes fantásticos que te lo hace pasar muy muy MUY mal en algunos momentos; y creo que es mejor que no lea más del argumento (me lo agradecerás). Además, por mucho que quiera pasárselo bien jugando con otras tramas, géneros o personajes, lejos de su zona de confort (cosa que le honra), tiene esa tara en la cabeza, ya sabéis, esa que le obliga a insertar siempre una locura de las buenas en la trama, una que hace que, como escritor, siga envidiando esa imaginación desbordante y que te aplasta con cada nuevo capítulo que devoras.

Que esa es otra, sigue siendo ese mago de las palabras que te hace leer a una velocidad de vértigo siempre, SIEMPRE, sin importar la paja que haya (marca de la casa, pero imborrable) o las situaciones extrañas o fuera de lo normal que deberían hacerte rebajar el ritmo para asimilar qué mierdas está pasando, porque no puedes soltar el libro de ninguna de las maneras, o, mejor dicho, no puedes soltarlo hasta que él te lo diga, y que seguramente será cuando te vea tan alucinado y perdido, tan aterrado y fuera de toda lógica, que será consciente de que ha hecho su trabajo y entonces te lancé como un pañuelo de papel usado.

Stephen King ha vuelto, por segunda vez este año (el de las Bellas Durmientes ya lo reseñé en esta web), y sigue dejando claro quién manda dentro de la literatura de las grandes ligas. Porque no importa lo mucho que lo intente Coelho (el hombre que está al lado mío ahora mismo en el tren esté leyendo uno suyo, y desde la solapa me mira el “hippy”) o las nuevas trampas que nos quieran vender las editoriales diciendo que alguien es el nuevo King o que recuerda a él: NADIE es como King, y este brutal libro lo deja claro en cada una de las páginas y de los giros que, como una patada en los huevos, te ira colocando en la esquina que el maestro quiere, es donde llegarás tan perdido y mareado que, al llegar al final, solo podrás ponerte a babear de gusto y, por desgracia, esperando su nueva obra.

Yo ya tengo mi rincón lleno de babas, ¿y tú?

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