El fotógrafo de Mauthausen, un homenaje de Mario Casas al fotógrafo español que inmortalizó a los nazis

El fotógrafo de Mauthausen

Mario Casas homenajea al héroe silencioso que inmortalizó y condenó a los nazis

por Rosa M. Panadero

Es duro pensar que la realidad no existe y que todo depende del punto de vista con el que se enfoque, como recomiendan los psicólogos a sus pacientes, pero el comentario fue suficiente para que el preso 5185 del campo nazi de Mauthausen, Francesc Boix, reaccionara y utilizase su rol de prisionero-fotógrafo para desenmascarar los crímenes que se cometían contra sus compañeros.

El fotógrafo de Mauthausen, dirigida por Mar Targarona y protagonizada por Mario Casas, rinde homenaje a un caso real, uno de los siete mil españoles que, tras perder en la Guerra Civil española, fueron refugiados en Francia y después hechos presos por los nazis en la Segunda Guerra Mundial.

Francesc debe comportarse como el preso dócil y servicial en el que se puede confiar, pero mientras revisa unas fotografías de prisioneros que murieron en su “escapada” por la nieve, se da cuenta de que el número de identificación cosido en la chaqueta del muerto, al que había registrado unos días antes, no es el mismo. Un miembro del partido comunista le confiesa que se cambian las identidades de algunos camaradas para protegerles y se les crea ejecutados. En cualquier caso, como “la escenografía es lo que importa”, según el fotógrafo oficial nazi del que depende, Francesc, silencioso y obediente, sigue adelante con su tarea, ayudándole a componer escenas propagandísticas en las que los prisioneros posan jugando al ajedrez en los barracones, como si fueran modelos de revista. Cuando las autoridades deciden quemar ciertas fotografías que muestran la crueldad de las condiciones de vida en el campo, Francesc inicia su propia ofensiva: comienza a guardar los negativos y los distribuye entre varios colaboradores: un polaco que pretende regresar a su país, la prostituta española con cuya compañía los jefes premian a los buenos presos, y Anselmo Galván, el huérfano español que salió del campo para servir en casa de un general nazi.

La música de Beethoven sirve de fondo para la fiesta de cumpleaños del hijo del general, quien enseña a “cazar” a su hijo matando varios criados. Francesc, encargado de inmortalizar a la feliz familia nazi con sus invitados, intenta proteger a Anselmo, pero su jefe le advierte de que no intervenga, ya que “la música alemana a veces puede resultar demasiado intensa”.

La mayor oportunidad para sacar los negativos tiene lugar durante un espectáculo teatral al que asisten los nazis, mientras Francesc y Hans preparan la caja en la que el último va a escapar para llevar los negativos hasta la frontera con la URSS. Pero no todo es así de fácil: en una sincronización excelente, el taconeo flamenco alterna con la ejecución de un preso lanzado por un precipicio y los pisotones sobre su cabeza exangüe. Más tarde, Hans regresa maniatado al campo de concentración, donde precedido por una banda de música, es ahorcado.

Las bombas de los aliados comienzan a retumbar en la sala donde Francesc es torturado para confesar dónde están los negativos. No todos los nazis consiguen darse a la fuga y algunos mueren a manos de los presos, que han asaltado el arsenal de armas. El final feliz, como es de suponer, consiste en visitar a todos aquellos que guardaron los negativos, y utilizarlos en el tribunal de Núremberg que juzga a los criminales. La escenografía, como decía su jefe, nunca fue tan importante para salvar aquellos testimonios gráficos de la brutalidad.