‘El último barco’ de Domingo Villar

Felix qui potuit rerum cognoscere causas

(Dichoso aquel que pudo conocer la causa de las cosas)

por J. Víctor Esteban

Un padre preocupado acude a la policía para denunciar la ausencia de su hija. Nada parece indicar una desaparición forzada y además es una mujer adulta, libre y sensata que en otras ocasiones se ha marchado sin avisar a nadie.

Domingo Villar utiliza magistralmente los esquemas mentales con los que enfrentamos las tragedias. La mujer desaparecida vivía en una parroquia pequeña en la península de Moaña, frente a una ciudad grande como Vigo. Y “como todos sabemos” en los lugares pequeños, donde se conoce todo el mundo, los vecinos se protegen entre sí. Allí enfrente, en Vigo el peligro acecha en cualquier parte, por que, “nadie conoce a nadie y cualquiera puede…”

¿Cuantos de nosotros vivimos solos entre una multitud de gente? ¿Cuántas veces oímos en el telediario que un asesino espantoso parecía una persona normal? ¡Saludaba en la escalera! ¡Era muy respetuoso! ¿Quién podía imaginar que tras una cara angelical se escondía una implacable viuda negra? ¿Qué se esconde tras el silencio de una puerta cerrada? Y sobre todo ¿quiénes somos nosotros para inmiscuirnos en la vida de los demás?

Se dice que la literatura negra, la de crímenes retorcidos y policías embrutecidos o amargados (en ocasiones las dos cosas a la vez) es literatura menor, porque no tiene más objetivo que entretener. Es lectura para vacaciones. ¿Acaso hay un objetivo mejor? ¿Cervantes no quería entretener con El Quijote? El Quevedo de Los Sueños ¿no quería reírse y obligarnos a reír del mundo, a veces tan ridículo, en el que vivimos? Querían hacernos pensar, por supuesto, pero tampoco hay porque amargarse.

Los personajes de El último barco (Siruela Policiaca), son como usted y como yo. Almuerzan junto a su trabajo, mejillones con vino blanco (estamos en la ría) o un pincho por las prisas. Se preocupan por la gente que les importa y apenas duermen si no consiguen hablar con ellos. Charlan con los amigos y recuerdan los felices tiempos de su infancia. Pero ¿qué queda de la amistad, la buena vecindad o la infancia feliz cuando la policía se ve obligada a rascar la superficie y buscar los motivos por los que una mujer rompe con todo y desaparece? Incluso en ciudades como Vigo, si cambias de trabajo o de vivienda pierdes el contacto con las personas que durante años formaron parte de tu paisaje personal. Gente de la que sabías todo, su cumpleaños, sus pasiones, la edad de sus hijos y su forma de ser. Incluso sentiste el dolor de sus pérdidas. Pero la distancia rompe el vínculo y cuando te quieres dar cuenta hace tantos años que no sabes nada de ellos que te cuesta reconocerles por la calle. Leo Caldas, el inspector que investiga la denuncia de un padre preocupado, busca la manera de demostrar que nada ha ocurrido pero…

Con cada personaje que entra y sale de la escena Domingo Villar nos va describiendo la sociedad en la que viven y el espacio físico. Hasta la arquitectura se convierte en un personaje más. La ciudad que fué, por contraste con la ciudad que es, y que tampoco conocemos a fondo, nos recuerda una vez más que apenas sabemos nada de nuestro entorno inmediato.

Habrá quien diga que El último barco no le dará un premio Nobel a su autor, porque es literatura negra, pero más de un Nobel de compromiso de los últimos veinte años podría aprender a escribir sobre la realidad con obras como ésta, antes de endilgarnos los tomos de sus pretenciosas obras completas.

@JVictorEsteban3

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