Reflexiones desde mi espejo

Blog de Opinión

Manuel Gris

Escritos desde el HELLFEST

¿Estáis preparados para este artículo y lo que representa para la historia?

No lo creo, pero preguntar algo así siempre queda bien (y me hacía ilusión), sobre todo cuando lo que estoy a punto de anunciar es tan raro.

Estáis siendo testigos del primer artículo escrito en directo de la historia de la humanidad. Sí, os lo juro, esto que leéis lo estoy escribiendo ahora mismo, mientras lees, y el motivo no es otro que el lugar donde me encuentro, que, entre otras muchas cosas, me está regalando unos fantásticos momentos de inspiración. De esos irrepetibles y únicos.

Estoy en el festival de música HELLFEST, en Clisson. Francia.

Llevo aquí ya dos días, y me quedan todavía dos más y un lunes de paseo por Nantes, y puedo aseguraros que todo lo que me ha dado tiempo a vivir aquí, y de bailar, me ha debido quitar un par de meses de vida. Y no exagero. El ambiente, la juerga, los pogos, y saltos, y gritos, y canticos que uno vive en un HellFest es incomparable a cualquier cosa que se os ocurra y a tantos niveles que, sin problemas, todos los presentes estamos dispuestos a sacrificar algunas horas de vida, seguramente malgastada, por estar aquí y vivirlo en nuestras carnes.

Y es que, VAYA CARTELÓN TENEMOS ESTE AÑO.

Además, para más inri, se unió el jueves el KnotFest, que es un festival itinerante perpetrado por los putos locos de Slipknot, y eso ha hecho que nada más llegar nos topásemos con un minifestival de unas diez bandas que van desde Ministry pasando por Papa Roach, Amon Amarth, Behemoth o los mismísimos Slipknot (y no nombro a Sabaton porque no los aguanto), así que con menos de veinticuatro horas en Francia ya habíamos sentido como la música nos atropellaba sin pensárselo dos veces ni mirar por la fragilidad de nuestros tímpanos. Benditos tapones amortigua-acústicos.

El ambiente es una mezcla de bodorrio medieval hasta arriba de hidromiel y fiesta de fin de curso con mdma en el ponche, donde, por mucho que la mayoría de gente le cueste creer, no te encontrarás con malos rollos o gente que busca pelea (los pogos y en el momento de bailar no cuenta), porque se respira una fraternidad que en ningún otro estilo de música, y creedme porque por desgracia he estado en varios, se respira o siquiera de intuye. Olvidaros de los falsos hippies del Primavera o los pastilleros del Sonar, mandad a la mierda a los fumetas del Viñarock o a los cocainómanos del Monegros, en el HellFest hay birra, abrazos, risas, sí, algún buen porro, pero nadie piensa en otra cosa que no sea escuchar a sus bandas favoritas, corear los himnos que han venido buscando, y conocer a gente con la que pasar buenos momentos entre risas y abrazos. Nadie, y repito NADIE, va al HellFest solo para pasar el rato, para hacerse diez fotos y ponerlas en el historial de Instagram segundos después, porque no se trata ni nunca se ha tratado de eso. La filosofía es la de crear una hermandad que sea lo más feliz que pueda uno imaginar (algo parecido pasa en el Wacken, el RockFest, el Leyendas del Rock o, incluso, el Download en menor medida), que está ahí no para decir que ha estado con los amigos, está ahí única y exclusivamente para disfrutar de la música, de las bandas, de la burbuja de rock y metal y heavy y hardcore y punk-rock que nos envuelve a cada segundo y no queremos que nos suelte.

Aquí la gente viene a disfrutar de la música. A vivirla. A no olvidarla nunca.

Con seis escenarios, dos de ellos de metal extremo, otro de experimental, y la WarZone donde es una fiesta punk/hardcore/ska/hip-hop de las imposibles de igualar, no hay ni un solo segundo de descanso; a no ser que te topes con un par de horas donde ninguna banda te dice gran cosa, entonces, con disimulo, puedes irte a pasear por la zona de tiendas y de comidas, a visitar la escultura de Lemmy y dejar en el altar una ofrenda (como condones usados, chupitos o cigarrillos), o decidas acercarte al pueblo para usar un lavabo que no tenga paredes de plástico. Porque tumbarte y no hacer nada es una opción, a veces la única que te queda debido al agotamiento, pero es difícil no tener planes o cosas que descubrir o disfrutar. Incluso puedes hacerte un tatuaje, si te apetece.

HellFest huele a codazos y a barro, a polvo y suelas de bambas destrozadas. Huele a cerveza derramada y a poca colonia o jabón, huele a tiendas cerradas y a camisetas sudadas, a sonrisas sinceras y afonía severa, pero sobre todo huele a eso que buscamos día tras día en nuestras jornadas laborales, en nuestros fines de semana o tardes soleadas en las que tenemos tareas pendientes que no queremos hacer: libertad. Esa libertad que te da sentir que cada paso que das lo has lanzado al mundo con seguridad y devoción, sin miedo y sin ser juzgado.

Me acaban de traer una cerveza bien fría, y es que ya son las diez de la mañana y toca desayunar. Así que lo dejamos aquí.

Un abrazo a todos, y si no vuelvo porque me he quedado aquí a vivir, solo deciros que os echaré mucho de menos, pero solo hasta que toquen esta noche Manowar, King Diamond y Sum-41. En esos momentos, lo siento, no voy a pensar en nada más que en gritar y levantar los brazos, y en aplaudir.

En aplaudir mucho.