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Manuel Gris

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Ahí tienes tu unicornio

Siempre he visto la vida como un camino lleno de piedras y ríos muy caudalosos que hay que recorrer mientras una lluvia de ranas alucinógenas trata de detenernos al aumentar su intensidad a cada nueva meta que conseguimos. Soy un pesimista consumado, que le vamos a hacer. Pero a pesar de mi forma gris y poco esperanzadora de ver el mundo (y que tampoco creáis que ayudáis a que cambie), a pesar de luchar y luchar cada día con todo lo que, igual que a todos vosotros, se nos pone delante y trata de detenernos, siempre he sido consciente de que no me equivoco si digo que es la forma correcta de recorrer este corto viaje llamado vida. Esta manera, en la que eres consciente de que en cualquier momento algo va a darte por el culo, me ha convertido en una persona fuerte en muchos aspectos (el físico no está incluido), y por ello soy capaz de pensar, opinar, reaccionar, elegir, rechazar y apostar por lo que creo que es lo correcto, sea o no así en realidad, y sin dejar que nadie más que yo mismo tenga la última palabra que decir sobre mis actos.

He dicho que soy pesimista, no que no me tenga estima personal.

El problema con esto es que, últimamente, me estoy encontrando con mucha gente a los que les cuesta entender que la vida no es un camino con flores y atardeceres constantes, y que por mucho que algo te vaya bien, lo merezcas o no, puedes toparte con un problema que te haga tropezar en el camino de alegría y luciérnagas que cantan canciones de Disney que te crees que es la existencia humana, y entonces cuando un muro se pone delante, uno que además de detenerlos les dice a la cara todo aquello que nadie se atrevido a decirles, y que además ni se había planteado, en lugar de optar por luchar contra ello con todas sus fuerzas, con todos sus cojones toreros por delante y convencido de lo que se está haciendo y de que esa barrera se puede superar, deciden insultar, calumniar, atacar y vilipendiar a los que ellos creen que les ha colocado ese bache por delante. Ese que, ¡vaya por Dios!, les está impidiendo alcanzar a ese bello unicornio que creían casi casi en su poder.

Ese mitológico animal se les presenta (pobres infelices) por primera vez en la vida inalcanzable e imposible de poseer, y eso les hace hervir la sangre y entran en furia, pero no, nunca, de ninguna de las maneras, les anima a esforzarse más. A poner toda la carne en el asador. ¡Qué va!, teniendo chivos expiatorios cuyos cadáveres puedan echar en el bache y pasar sobre ellos, ¿para qué tratar de construirse una cuerda propia y usarla de liana para saltar? Es más fácil destruir algo que no es tuyo, y usar los restos como chatarra para tapar el agujero, antes que construirte un puente con madera, que tendrás que cortar, medir, lijar, atar y, finalmente, rezar por que tus cálculos sean los correctos. ¿Verdad?

Ese unicornio es un manjar demasiado dulce para los que ansían tenerlo ya, ¡ya mismo!, y se olvidan de disfrutar de todas y cada una de las merecidas y, en el futuro, orgullosas costras que conseguir con el esfuerzo propio. Siempre que pienso en ellos me recuerdan a esos asnos que, en lugar de mirar la zanahoria y disfrutar del paseo, poco a poco con la seguridad de que al final tendrán su recompensa, se dedican a chocar contra los árboles, las paredes, con todo lo que se cruce en su camino, para romper el cordel y conseguir el ansiado manjar.

¿Y sabéis que les pasa a estos segundos?, que el dueño los mata justo después de tragar el último pedazo de su premio.

Miro a mi alrededor, y sobre todo en las redes, y me encuentro muy poca gente que de verdad luche por sus sueños como debe hacerse: sin contar los cadáveres ajenos que se dejan atrás a cada paso, ni pisando al de al lado para allanar el camino. Y eso me da pena, y asco. Hay demasiado potencial, incluso en los necios a los que desprecio, que se desperdicia porque nadie, en algún momento, les enseñó a ganar las batallas con su propio esfuerzo, a que las trampas dan recompensa pero no orgullo ni nobleza, y a que ante todo, siempre, debemos hacernos una pregunta clave antes de mover el siguiente peón: si me hicieran a mí esto que estoy a punto de hacer, ¿me parecería bien? Y es que la peor de las hipocresías es aquella en la que el pitcher y el catcher son la misma persona, y ambos le dan la culpa de todo al pobre receptor de la primera base.

Así que no os detengáis hasta tener vuestro unicornio, hasta atarlo bien fuerte en vuestra casa y defenderlo una vez lo tengáis, porque una vez se alcanza, una vez se tiene a tu lado, nada en el mundo podrá arrebatártelo. Y si alguien lo intenta no os preocupéis, porque esos perdedores natos, en lugar de cuidarlo, no tardarán ni un día en destriparlo para ver si en su interior encuentran de verdad el tesoro que les habían prometido, pues la figura, el brillo, la pureza del unicornio no será suficiente para ellos. Nunca lo es, porque están tan acostumbrados a perder, a no tener lo que creen que les hará felices, que ni reconocen la victoria aunque les mordiera en los huevos.

 Y así, claro, ¿cómo va a ser alguien una persona de fiar o, simplemente, un ser humano respetable?